Un año más nos hemos acercado por el Festival de cine de San Sebastián. En principio no tenía intención de escribir esta entrada pero he cambiado de opinión. La razón es muy sencilla: Hacer el bien. Avisar a los incautos, inocentes y buena gente en general de que un peligro acecha en las salas de cine españolas.
La primera película que vimos nada más llegar a la ciudad donostiarra fue «El árbol de la vida» de Terrence Malick. Y, como se suele decir, la primera en la frente. Lo diré muy claro: Ni se os ocurra comprar una entrada para ir a verla. El que avisa no es traidor. Dos horas largas de sufrimiento sin sentido. Ya no sabes cómo ponerte en la butaca. Este hombre es un gran vendedor de humo pero lo que es peor es que hay gente que se lo compra. Posteriormente, mientras intentaba recuperarme del shock, llegué a pensar si este hombre no quiere ser una imitación mala del gran Kubrick. Lo digo porque esta película me recordó en algunos aspectos a una burda copia de 2001. Cambiando la parte de los monos por la de la familia de Brad Pitt. Encima, las imágenes del espacio utilizadas son todas de la misión Cassini de NASA. Un auténtico despropósito. Por favor, que alguien le diga a este hombre que se quede en casa. O mejor, que, «desgraciadamente», no hay dinero para producir sus tomaduras de pelo.
El segundo día empezamos con «Silver tongues«, algo así como «picos de oro». Esta película me sorprendió gratamente. Sin ser ninguna maravilla, es realmente inquietante. Buenas interpretaciones y una historia sorprendente plagada de giros con bastante sentido. La pega que le pongo es el desenlace que, aunque es muy creible, resulta demasiado sencillo. Recomendable ver si se estrena en España y de lo mejorcito que vimos en San Sebastián este año.
Si después de ver «El árbol de la vida» pensábamos que la cosa ya no podía ir a peor, estabamos realmente equivocados. La culpa, esta vez, de otro vendedor de humo profesional: El coreano Kim Ki-Duk. Reconozco que no he visto ninguna de sus anteriores películas pero ahora mismo se que no las veré nunca. A no ser que sea contra mi voluntad y bajos los efectos de las «drojas» y el alcohol. El amigo Kim se rie de todos nosotros y encima pretende que le demos las gracias por su último truño titulado «Amén«. El tio ha cogido una cámara y se ha dedicado a grabar a una señorita, con menos capacidad de comunicación que una manzana pocha, mientras andaba y chillaba por Francia y parte de Italia. La película parece que está hecha con mala leche. Guión inexistente. Tratamiento del sonido inexistente. Preocupación por cuidar los detalles, inexistente. Desenlace, inexistente. Presupuesto, inexistente. Poca vergüenza, toda la que quieras. El «amigo», que se está dando cuenta de la gran cagada que ha hecho, ya estaba diciendo el otro día en San Sebastián que no sabía que la película, por llamarla de alguna manera, competía en la sección oficial. A este hombre habría que enviarle de vuelta a Corea, pero del Norte.
Acabamos el día con «Intruders» del español Fresnadillo. Esta película es más del festival de Sitges que de San Sebastián. Se trata de una versión moderna del mito del coco. Si, eso que nos decian de pequeños de «qué viene el coco». Dándole una vuelta de tuerca y poco más. Ni siquiera da miedo. Creo que o Fresnadillo se pone las pilas e intenta volver al nivel de «28 semanas después» o podemos estar ante otro director malogrado.
El último día vimos «Nader y Simin, una separación» y «No habrá paz para los malvados«. La primera es una película iraní que está bien, aunque un poco larga para la historia que se pretende contar. Los actores realizan un buen trabajo y se da una visión de la sociedad iraní alejada de los tópicos que nos cuentan los medios de comunicación. La pega es el final. Demasiado abierto. No cuadra muy bien que se explique tanto el nudo de la película y prácticamente no haya desenlace. Pero bueno, se deja ver.
Finalmente llegamos a la gran sorpresa de nuestro particular periplo por el festival: «No habrá paz para los malvados». Sin duda alguna la mejor de todas las que vimos. ¡Y española! Cuando sales del Victoria Eugenia piensas, «si el cine español hiciera más películas como esta, no habría crisis»: Buena historia: terrorismo islámico pero sin los tintes políticos a los que estamos acostumbrados. Vamos, que podría tratarse de una historia de Hollywood ambientada en Nueva York sin más pretensiones que hacer pasar un buen rato al espectador. José Coronado está realmente bien. No es santo de mi devoción pero hay que reconocer que su papel como Santos Trinidad va a hacer que la gente se olvide ya de una vez de los bífidus activos. ¡Menudo hijo de puta! 🙂 La revelación para mi es la actriz Helena Miquel bordando el papel de juez de instrucción. Es totalmente creíble. Bien. La fotografía muy buena: clara y con definición. Buenos colores con mucha iluminación. En cierto modo, muy Tarantiniana, muy Pulp Fiction. Para mi gusto, eso si, el argumento no desarrolla muy bien el motivo por el que Coronado se va metiendo en mitad de un infierno que le llevará a una situación límite. Sin embargo, se plantea un conflicto muy interesante: El de un auténtico malnacido que acaba siendo un héroe, con el dilema correspondiente para el espectador. Bien Urbizo, ¡asi si!
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